Para entender el estado actual de la industria audiovisual regiomontana, en la que el año pasado se hicieron una docena de películas, no es necesario conocer la historia de Pancho Galván. Él no caminó para que otros pudieran correr. El cantó cumbias, bailó como si nadie lo estuviera mirando, se rió de sí mismo.
Si un día se escribe la historia de la creación de contenido en Monterrey, pido escribir el capítulo de Pancho Galván.
Es más; aquí va.
Es común que las mancuernas creativas se conozcan en la escuela. Lo curioso de la dupla de Daniel Meraz y Verónica Hernández es que sus escuelas estaban a veinte kilómetros de distancia. En 2003, él estudiaba Diseño Industrial en la facultad de Arquitectura de la UANL; ella, Ciencias de la Comunicación en el campus Mederos de la UANL.
“La verdad, la escuela me dejó mucho qué desear. No aprendí nada. Pero ahí conocí a personas interesantes. Incluso empecé un colectivo de videos con chavos que estaban ahí. Era un proyecto personal. Era como cuando creas tu banda de rock en tu escuela. Yo no cree una banda de rock; creamos una banda de videos”, cuenta Verónica Hernández en videollamada desde Ciudad de México, en donde hoy trabaja como productora desarrollando proyectos para Televisa.
La banda de videos de la que habla era Jalapeño, que en su página de Facebook se describe como un colectivo de artistas curiosos, adictos a la experimentación audiovisual.
Lo integraban junto con ella, Javier Orellana (Lingo), Patricia Saucedo, Daniel Rodriguez (Chewbacca), Arturo Peña (Morfo), Guillermo Orozco (Fursio) y Daniel Meraz. Excepto Meraz, todos eran alumnos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Fue Morfo quien presentó a Verónica y Meraz.
Ese año la fiebre del contenido era el cortometraje, y para participar en ese boom se reunían en el Vips de Avenida Universidad; desarrollaban ideas de animación, sketch, mockumentary y video experimental que proyectaban en eventos en el bar Gargantúas o en salones de clase de la facultad de Comunicación, clandestinamente, antes de que llegara el maestro.
“No había YouTube en ese entonces. Teníamos esta encomienda de hacer flyers, invitar a expos para que fueran a ver nuestros videos. Hacíamos videos muy enfocados en comedia. Ahí fue donde me di cuenta que eso me gustaba”, agrega Verónica.
Fueron tan prolíficos haciendo cortos que no tardaron en ser reclutados por la industria que siempre da su primera oportunidad al talento estudiantil: la de los alumnos apáticos que no hacen tareas y le piden a alguien más que se las haga.
Contra lo esperado, los primeros dos trabajos por encargo de Jalapeño no fueron encomienda del típico estudiante que escogió comunicación porque no había ciencias exactas en el plan de estudios y le daba pereza hacer tareas. Su primer cliente fue una niña de primaria; la hermana de un amigo de Meraz a quien le habían encargado hacer un trabajo sobre el tabaquismo. El entregable fueron un falso comercial de papitas que a mediación se tornaba en un spot sobre los daños que ocasiona el cigarro en los dientes y un video en el que aparece Meraz apuñalando a un cigarro animado.
Faltaban dos años para que naciera YouTube; los nativos digitales que lean este texto no tendrán idea de la hazaña que implicaba hacer videos.
“Ahorita hay mucho auge por generar contenidos audiovisuales porque los mismos medios te lo dan. En ese entonces tenías que sacrificar mucho de tu tiempo. Para subir un video a internet tendrías que pasarlo a .exe como si fuera flash, y el video se veía pixeleado, súper chiquito. No podía ser muy pesado para que lo subieras a una página.” Explica Mateo Sáenz, creativo publicitario que empezó a colaborar con Verónica y Meraz en una época posterior a Jalapeño que, como colectivo, duró lo que duraron los años universitarios de sus integrantes y terminó espontánea y amistosamente.
Mateo conoció a Meraz en 2004 en un curso para hacer documentales en el que el alumno más sobresaliente ganaría un Ariel a Mejor Largometraje Documental. Mateo y Meraz irían por un camino más underground. Más underground que ganar el Ariel.
Verónica tomó el camino casi inevitable para los comunicólogos egresados: haciendo video y fotografía social en bodas y escribiendo artículos para revistas de estilo de vida. Daniel Meraz decidió que quería seguir juntándose con comunicólogos. Encontró trabajo en un periódico llamado El Quehacer de México, que estaba donde hoy se ubica una sucursal de la mueblería Tamarindo, sobre Avenida Eugenio Garza Sada.
Esta inercia creativa duraría poco.
En una peculiar serie de ascensos, Meraz empezó haciendo caricatura política, pasó hacer animación en video y luego fue nombrado web master de la versión digital del periódico. En su departamento se requería más personal; esa fue su oportunidad para invitar a Verónica como responsable de subir las notas a la web. El inconveniente de este nuevo trabajo era que se hacía en el turno de noche. La redacción era un espacio liminal de cubículos vacíos y luces apagadas. Su única compañía era el personal de imprenta, intendencia y el vigilante de la caseta. No era precisamente el lugar en el que sucedía la magia. Eso cambió cuando el periódico les encomendó hacer videos para jalar tráfico a la página web.
“Como su horario era nocturno, se perdían todos los eventos y fiestas. Crearon un personaje que se llamaba el Pitz. El objetivo era salirse a los eventos; iban a grabar a las inauguraciones de arte y cosas así, con el personaje, que era un guantecillo con ojos”, comenta Mateo Sáenz.
El plan maestro para no perder su vida social no funcionó. Verónica recuerda que la idea de Pitz se canceló por lo complicado que era ausentarse de la redacción y grabar sin el equipo e iluminación adecuados.
Luego de un par de intentos de videos en los que él daba noticias frente a cámara, a Meraz se le ocurrió pedirle a un compañero de trabajo que lo ayudara parándose frente a la cámara a hablar de noticias. Recordemos que en medio de la noche, en una redacción vacía, sus compañeros de trabajo eran el personal operativo del periódico. Fue a la caseta de vigilancia en donde el guardia nocturno era Francisco Galván, un custodio de treinta y ocho años al que conocía de vista, saludo y plática casual. Le preguntó si le gustaría salir en un video hablando de Tigres y Rayados. Y aceptó. Quizá esa sea la mejor técnica de persuasión para hacer a un regiomontano hablar ante una cámara.
A Verónica no se le olvida la noche en que Meraz audicionó a Pancho.
“Inmediatamente nos dimos cuenta que ese señor brillaba. Tenía ese algo. Era un señor bien simpático. Nunca dijo que no. Así como tú lo ves en la serie, así es él. Es muy bueno contando anécdotas. Tiene una facilidad de palabra y una naturalidad muy chistosa”, describe Verónica.
Ambos supieron que tenían que colaborar con él más seguido. Así que Verónica escribió una historia en torno a su protagonista recién descubierto.
“Era jugar. Yo no sabía nada. Yo ni siquiera sabía muchas técnicas del guion, ni las reglas; que si cada hoja es un minuto, yo desconocía totalmente todo eso. Lo empecé a hacer intuitivamente. Los guiones de Pancho son cosas muy sencillas, algo muy básico. Muchos clichés. El encanto era cuando ellos lo interpretaban”, afirma.
Era el 2008, y como todo producto de su tiempo, la historia de Pancho Galván, por más sencilla que fuera, sería un reflejo de la cultura de la época; en especial del del hipster como figura central en la cultura juvenil.
Grabaron algo relativamente cercano a un piloto de serie.
“Era el boom de los hipsters. Si querías hacer un chiste de hipsters, lo tenías que hacer en ese tiempo. Todos queríamos ser hipstercillos. Dijimos: ‘él va a ser hipster, alternativo, arquitecto, freelance’. Le dimos todas las características que no le quedaban. Eso era también parte del encanto: ese choque entre lo psicológico y visual”, narra Verónica.
El debut de Pancho Galván en el canal de YouTube de El Quehacer de México fue el 30 de Mayo de 2008 con un clip de tres minutos con los más austeros valores de producción, el más rebelde de los lenguajes visuales y un elenco de no actores que Carlos Reygadas no vería ni en sus sueños. El piloto nos presenta a Pancho y su mejor amigo, Isma, yendo al concierto de Daft Punk.
“Lo divertido era contraponer cosas: se supone que Isma era millonario, pero trabajaba en Carls Jr porque le apasionaba. Agarrar dos cosas que nada qué ver y ponerlas juntas, eso pasaba mucho en Pancho Galván. Cosas que no suceden, sucedían”, define Verónica.
Ismael Viera también era guardia de seguridad del periódico y los extras que simulan estar viendo al dúo francés eran empleados de imprenta que esa noche dejaron lo que estaban haciendo para ir al llamado de grabación que, minutos antes, ni siquiera sabían que tenían.
“Meraz ahí forjó su carrera de casting. Fue a conseguir gente y darles la confianza de que podían actuar y hacerlos actuar. De pronto nos faltaba alguien para hacer algún personaje y Meraz decía ‘ahorita vengo’. Se daba una vuelta y llegaba con alguien y así, al momento, empezábamos a grabar”, detalla Mateo.
Actualmente, Meraz tiene una agencia de casting especializada en lo que él llama talento extraordinario. Extras, gente viral, personalidades extravagantes, modelos y actores opuestos a los estándares de aceptación de la industria. Quien se pregunte si alguna vez ha visto el trabajo de Meraz como director de casting, Caso Cerrado, de Telemundo, es una de las producciones para las que ha aportado talento.
Mientras los comunicólogos de su generación estaban lejos de tomar cualquier decisión editorial en sus empleos, Verónica había montado un laboratorio audiovisual clandestino en la redacción del periódico que le pagaba por vaciar textos de word en un template web.
“No teníamos mucha autoridad arriba de nosotros. De verdad, casi nos mandábamos solos. Nosotros decíamos: este es el video. No se lo enseñábamos a nadie y lo subíamos al sitio. Nosotros asumimos que era una maravilla”, confiesa.
Fue hasta el segundo episodio que los directivos de El Quehacer de México notaron que una serie web experimental de comedia de bajo presupuesto con no actores salidos de su propia planta laboral había sido publicada en su página.
“De forma bastante amable nos pidieron que lo retiráramos. No querían asociarse con eso. No sentían que eso los representaba. Cuando dijeron: ‘no queremos esto, se cancela’, nosotros ya estábamos fascinados con lo que estábamos haciendo. Y dijimos: si ellos no lo quieren, nosotros sí lo queremos. Vamos a hacerlo para nosotros”, explica. A partir del segundo episodio, los videos de Pancho Galván se publicarían en otro canal de YouTube: PanchoGalvanShow.
Con su nueva banda de videos, los ex-Jalapeño produjeron tres temporadas de Pancho Galván. Verónica admite que lo de hacer temporadas fue por mamonear, ya que no había plan, ni constancia. Producir cada capítulo era cuestión de guerrilla filmmaking: todos hacían de todo, no había salarios, dependían de la disponibilidad del personal del turno, eso sin contar que los tres personajes recurrentes (Pancho, Isma y Santos) eran vigilantes de turnos distintos que nunca coincidían para grabar escenas juntos; tenían que truquearlas con croma o contraplanos grabados en otro momento y lugar, lo cuál es lo más común en los rodajes, pero aquí es tremenda e intencionalmente evidente. El protagonista tenía un tiempo muy limitado porque no podía dejar sola la caseta de vigilancia; y si faltaba algún actor para un personaje de último momento, Meraz tenía que ir a buscarlo a altas horas de la noche. Incluso el contador del periódico y un recolector del servicio de basura figuraron en el impredecible elenco. Todo esto explica la corta duración de los episodios y que algunos tardaran hasta dos meses en estrenarse.
No es que aquí quepa la comparación, pero la voy a hacer: esta inconstancia no es muy distinta de lo que sucede en las series profesionales. La falta de ritmo de producción en la industria mexicana de las series es sintomática en el indie y el mainstream. Luis Miguel: La serie tardó tres años entre su temporada 1 y 2. La Familia P. Luche tardó tres años entre sus temporadas 1 y 2, y cinco años entre la 2 y la 3.
La única regla para hacer Pancho Galván era terminar cada capítulo en el plazo de una noche.
“Era bien inmediato porque si no se iba la magia. Una energía para hacer cosas que te laten un chingo. Era grabar y, como estábamos de noche, yo editaba, subía el capítulo y después subíamos las notas del periódico. A veces salíamos a las seis de la mañana. Todo se hacía en una noche, si se quedaba ahí yo creo que ni ganas me hubieran dado de seguirle”, describe Daniel Meraz.
Pese a todo este amateurismo, Meraz y Verónica crearon un concepto definido y calculado. Comenzando por el uso de no actores dentro de una comedia. El actor no profesional es un recurso aplaudido y respetado en el cine de autor, en dramas de realismo social concretamente. Cuando vemos actores no profesionales en televisión y en comedia, se trata de patiños. Personas de las que nos reímos, no con las que nos reímos. Lo que separa al elenco de Pancho Galván del patiño es que sus creadores colaboraron con dichos no actores desarrollando personajes. Les dieron diálogos, les dieron sensibilidad para improvisar.
El toque definitivo fue que en los créditos finales de cada episodio Pancho y sus amigos aparecen como el equipo de producción.
Esto es muy astuto porque, primero, hacía pensar al espectador que un grupo de personas sin educación formal en producción audiovisual hacían su propia serie, justificando así sus bajos valores de producción. Segundo, al ser ellos quienes estaban al frente y detrás de cámara, la serie podía interpretarse como si un grupo de señores de la generación X estuviera parodiando a los millennials que aspiraban a ser freelance e ir a Coachella.
Para entonces YouTube ya estaba en su infancia; la monetización y los youtubers se consolidarían más adelante. Una idea de lo diferente que era el mundo hace catorce años nos la da el video más visto en 2008: “Girlfriend”, de Avril Lavigne. Su récord fueron 103 millones de views. Los episodios de Pancho Galván están en el rango de los 20 mil y los 80 mil views. La métrica no interesaría a los analistas digitales de hoy. Pero no es el volumen de audiencia lo que hace a esta historia especial. Es su culto.
Alejandro Rosso, de Plastilina Mosh, pensó (como pensábamos todos) que Pancho era la mente detrás de la serie y lo contactó para que le hiciera un video. Daniel y Verónica tuvieron que aclarar la situación y la colaboración que resultó al final fue un cameo de Rosso como primo de Miriam, el amor imposible de Pancho.
Alguien le contó a Meraz que el conductor Marco Antonio Regil vio el comercial de Pollo Yon con Pancho y se lo enseñó a Omar Chaparro, quien a su vez reprodujo el video en su programa de radio con Facundo, otro fan declarado que tuvo su cameo en un episodio junto a Mauricio Salazar, el dueño de Kiko Donas.
El spot del Pollo Yon es el greatest hit de Pancho. Tiene 3 millones de views, covers en TikTok y un remake hecho por una casa productora en Colombia.
En busca de marcas que patrocinaran la serie, Meraz visitó al área de mercadotecnia de Pollo Yon para proponerles un spot protagonizado por Pancho. En la junta ni siquiera lo dejaron hacer el pitch. Pese a la negativa, se le ocurrió comprar una orden de Pollo Yon y grabar el comercial para incluirlo en uno de los episodios de la serie. El área de marketing de Pollo Yon estaba tan detrás de zeitgeist regio que tardó casi diez años en darse cuenta que el spot de Pancho se había vuelto viral. Tan viral que la casa productora Akira Cine, de Colombia, hizo una versión con presupuesto.
En 2017 Pollo Yon retomó el contacto con Meraz; esta vez tampoco aceptarían un comercial con Pancho; querían comprarle los derechos del rap del Pollo Yon para que fuera interpretado por Mario Bezares. El chiste se cuenta solo y no da risa.
Le preguntaron a Meraz si la canción estaba registrada. No lo estaba; les dijo que sí y al día siguiente la registró y vendió los derechos de la canción, repartiendo el dinero entre Pancho, Isma, él y Verónica.
De regreso al 2010, en el vibe shift que sí entendía este fenómeno, sucedió otra señal de validación: en el Monterrey en el que apenas se gestaba una industria de festivales, Hellow, la empresa promotora del Hellow Festival, anunció a Pancho en el line up de uno sus festivales filiales: El Bailongo.
Mateo, un amigo suyo y Pancho formaron Pancho Gal-band, y cantaron con playback “Quiero freelancear eternamente” y el tema de la serie.
Mateo reconoce que el público no reaccionó de inmediato reconociendo a Pancho. La respuesta en el backstage de El Bailongo fue opuesta: con varios de los músicos reconociéndolo y tomándose fotos con él.
Pancho no tenía fans en todos lados; tenía fans en los lugares correctos. Así se explica su inclusión en el cartel de El Bailongo y esta campaña que hizo para Turismo de Nuevo León en 2014.
El experimento de la serie llegó todavía más lejos cuando, al final de la segunda temporada, Meraz y Verónica sintieron que era tiempo de dejar El Quehacer de México. En diferentes tiempos y con diferentes planes cada uno se fue a Ciudad de México y produjeron remotamente la tercera temporada. Para el estreno de la nueva temporada volaron a los protagonistas a CDMX.
La única salida para resolver la complicación logística de estar separados de sus protagonistas fue hacer el episodio más experimental y divisivo de la serie: ¿Por qué habré nacido moreno?, en el que todos los personajes fueron interpretados por otro elenco de no actores casteados por Meraz en Ciudad de México. En términos actuales, esto fue un reboot de franquicia. Y como sucede con los reboots, hubo quienes se decepcionaron de un cambio tan drástico y echaron de menos la esencia de la serie. Hubo quienes vieron una genialidad en esta dimensión alterna chilanga en la que Pancho y compañía decían sus catch phrases con acento capitalino.
La serie terminó en un círculo perfecto: experimental, sin tomarse nunca en serio, sin estar nunca consciente de lo que representaba para una cultura juvenil, y nunca tocada por el mainstream.
Pancho me contestó el mensaje de WhatsApp aceptando la entrevista; seguido de una selfie con caption: “Ya estoy Saúl Lisazo”, refiriéndose a que ahora está en sus cincuentas con cabellera platinada. El chiste de Saúl Lisazo confirma el carisma que Verónica le atribuía a la hora de grabar.
Platicamos en el lapso entre su fin de turno y su regreso a casa. Actualmente es chofer y repartidor en LALA, donde lleva once años recorriendo una ruta en la que algunos lo han reconocido y le han pedido foto. Una vez, alguien se le acercó para decirle que, de joven, veía el anuncio del Pollo Yon. Ahora es su hijo pequeño el que lo ve.
Sobre su participación en la serie, dice que la tomó como un juego. “Un tipo rebane.” Lo cual hace de su mancuerna con Verónica y Meraz algo totalmente recíproco. Si bien aquellos llamados nocturnos en la redacción de El Quehacer de México marcaron su debut en la web, esa no fue su primera vez frente a una cámara.
“Yo estuve de mojado en el otro lado y hacíamos videos. Había un amigo al que le decíamos el Maizena. Y ese vato es el que decía que hiciéramos videos. Teníamos cámara. Pero nada más nosotros, entre la racita. Eramos dos, tres gentes que estábamos en el mismo departamento”, recuerda Pancho.
Lo que grababan eran videos musicales en los que pretendían tocar instrumentos y hacían lip sync. De los veinticinco a los veintiocho trabajó en Estados Unidos pintando casas, luego hizo jardinería en Chicago, después manejó maquinaria pesada.
Cuando habla de su experiencia al grabar los episodios, cuenta algo muy parecido a lo que dijeron Verónica y Meraz. Risas incontrolables que se alcanzaban escuchar a cuadro, esa sensación compartida de estar haciendo algo genuinamente cómico.
“Me gustaba a quedarme a ver los videos cuando los editaban. Me reía bastante”, comenta Pancho.
Su episodio favorito de la serie es el de Coachella. Le recuerda cuando se iba de viaje con amigos en su juventud.
Yo le digo que no soy capaz de escoger uno, pero que un candidato sería El especial de noche de brujas.
En los minutos que hablamos no me dio la impresión de estar charlando con alguien consciente o influido por la experiencia de ser un personaje de internet.
Este podría ser el Pancho de la caseta de vigilancia, antes de que Meraz llegara a invitarlo a grabar un video. El Pancho del 2008.
No todo tiempo pasado fue mejor. Sí fue mejor aquella época en la que la creación de contenido era emocionante. Incluso en Monterrey. Hace casi quince años (antes de los algoritmos y la monetización), cuando un colectivo audiovisual sin presupuesto, ni equipo, ni experiencia, ni talento actoral, ni un plan definido, creó una serie web de culto que continúa siendo de lo más espontáneo y original que se ha hecho.
Regios will be regios es un newsletter semanal sobre Monterrey, escrito por Maximiliano Torres.
Gran texto Max!, muy merecido tributo a estos "Rebeldes del Video".
Una joya de reportaje, Max.
Yo participé (salgo bailando) en el intro de algunos episodios de la temporada 2.
De hecho iba a ir a la grabación de otro capítulo, el de la reunión de los ex-compañeros, pero no fui.
La verdad nadie había escrito o dicho la VERDADERA historia que había detrás de Pancho Galván Show, se rumoraban cosas como que curraban en un periódico, que eran guaridas por Garza Sada, etc. yo suponía que el Meraz era el creativo, pero honestamente NO SABÍA la historia real y documentada, nadie la había publicado.
Hasta lo entrevistaste a Pancho, excelente trabajo de periodismo, que sé que sabes hacer muy bien.
Yo tengo mi foto con él, obvio soy fan de la serie desde 2008, entendí perfectamente el sentido del humor que querían transmitir, de hecho me tocó a mi también irme a CDMX, de 2013 a 2016, casi casi fue un reflejo de "lo que les pasó a Isma y Pancho".
Hay gente que solo los ubica por la canción, pero eso es una pequeña cosa de MUCHA creatividad.
Pésimo la gente de Pollo Yon, por algo tronaron, NUNCA entendieron, ni 10 años después...